martes, 26 de septiembre de 2017

DÍA MUNDIAL DE LAS AVES


El sábado llegará, otro año más, el Día Mundial de las Aves. Vuelvo a escuchar lo mal que están muchas (demasiadas) especies y a leer que se han perdido muchos (demasiados) espacios que les son vitales. Desde luego, no son buenos tiempos para la avifauna (y, la verdad, para casi nada y nadie) pero sigo embobándome con sus colores, deleitando mis oídos con sus cantos y envidiando irremediablemente sus vuelos.

No pierdo la emoción de observar a las aves. La alegría de la primera golondrina primaveral, de ese reconocer nocturno del ulular del búho, del asombro de las proezas viajeras de las pequeñas aves migratorias, del espectacular vuelo en velocísimo picado aire-mar de los alcatraces ni de la presente cotidianeidad de los gorriones... es una demostración de estar vivo. Me sigue encantando la mirada de sorpresa del mochuelo que es descubierto durante el día, ver avanzar por el suelo la silenciosa sombra de una gran águila o el musical vuelo como el de un murciélago del verdecillo enamorado.


Pero es su libertad la faceta más importante: “vagabundos, os amo libres, lejos de la escopeta y de la jaula” que tan preciso y precioso escribió Neruda. Vuelan sin saber qué extraños límites nos hemos impuesto los humanos para nosotros mismos. Las aves, en cambio, no saben de países ni de fronteras. No reconocen idiomas, banderas, religiones ni razas. Todos y todo está bajo el mismo sol y la misma luna. Solo el horizonte es su límite, siempre cambiante, continuamente inalcanzable. Son nómadas, seres libres del mundo.

Solo me queda desear que así sea por muchos, muchísimos años.


Y que lo compartamos.






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