sábado, 13 de julio de 2019

TIERRA ANTIGUA



Pasa el tiempo. Pasa desde que has leído la primera palabra, pasa desde que leíste la última. Deja huella en lo físico y en la memoria. Graba su paso con recuerdos y deja sus marcas. En todo. Desde nosotros a las más duras piedras. Y entre las últimas, hace unos días encontré estas en una de nuestras montañas.


Fisuradas, agrietadas, conglomeradas con tierra en la que valientemente nacen algunas plantas o asoman las raíces de los pinos. Sobre las rocas que una vez se liberaron del resto nacen otras plantas sobreviviendo de forma heroica en un sustrato pobre y casi inexistente.


Dejan sus marcas la lluvia, el viento, el frío, el calor, la nieve, el hielo... Crean una a una las arrugas de esta tierra vieja. Abren las heridas y muestran la resistencia de la roca que hace frente al tiempo, en una batalla antigua y que no acaba en tiempos humanos, en la que el mineral se sabe perdedor pero con la victoria oculta en la estrategia de convertirse en tierra y polvo.






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