Rorcual común. © Foto por gentileza de Gorka Ocio.
He visto ballenas en muy pocas ocasiones y
eso contando como tales a otros cetáceos y no a “verdaderas” ballenas. Un par
de delfines mulares muertos en la playa de San Juan y en la de la Albufereta,
un calderón común muerto en la de San Juan y un rorcual común muerto en el
puerto de La Vila Joiosa. Entre los vivos, varios delfines mulares y comunes en varios puntos del Mediterráneo y del Atlántico (desde la costa y embarcado) e, inolvidable, una pareja de orcas en el
Estrecho de Gibraltar.
Pero, eso sí, lo de “Salvemos las ballenas”
sí que llevo tiempo escuchándolo. Toda la vida. Las imágenes de la gente de
Greenpeace protestando frente a los balleneros o los de Sea Shepherd
bloqueándolos, incluso con sus buques, se remontan a muchos años atrás. Años en
los que los balleneros (principalmente los japoneses) han decidido que esas
criaturas marinas debían acabar en una lata de conservas, aunque para
conseguirlo tuvieran que utilizar la palabra “investigación” como escusa.
El pasado 31 de Marzo, la Corte Internacional
de Justicia de La Haya, dependiente de la ONU, falló en contra de esa supuesta
caza científica nipona que suponía un auto impuesto cupo de algo más de un
millar de capturas anuales en el Santuario Ballenero Austral. Afortunadamente,
la implacable presión de los buques y tripulaciones de Sea Shepherd, actuando
como punta de lanza de un inmenso movimiento ecologista, consiguió que no capturaran
ni el 10% en años como el pasado.
Ahora, el alto tribunal, sentencia que la
caza es ilegal, que no hay motivos científicos y obliga a Japón a suspender las
actividades en el Santuario Austral.
Quedan otros mares donde se pueden seguir
cazando ballenas y continúan otras amenazas, pero, sin duda, hoy la palabra
“santuario” recupera el sentido del espíritu con el que se declaró y las
ballenas, esos animales tan emblemáticos en la lucha por la conservación de la
naturaleza, tendrán un mundo un poco más seguro donde vivir.
Y nosotros también.
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