domingo, 29 de enero de 2012

Todos los años me pasa lo mismo


Todos los años me pasa lo mismo. Llegan las fechas de floración de los almendros y no me puedo resistir a fotografiarlos. Las blancas o rosadas flores ejercen una atracción especial destellando desde los campos alicantinos, invitándome a que las fotografíe. Estos árboles van cubriéndose de un llamativo vestuario que anuncia prematuramente la primavera dentro del mismo invierno, hasta que parece que los campos explotan de blanco. A veces, incluso a finales del otoño (tengo una foto de almendro en flor a primeros de diciembre), pero llegan al máximo de floración cuando cruzamos el ecuador del invierno.

Almendro en plena floración

El almendro (Prunus dulcis) se supone que llegó a la Península Ibérica de mano de los fenicios, siendo las regiones montañosas y secas de Asia Central su origen geográfico, donde ha sido cultivado por el hombre desde hace más de 6.000 años. Sobra decir lo implicado que está en nuestra gastronomía.

Tras haber ido hace un par de semanas a los alrededores de Xixona, hoy hemos probado a hacer unas fotos de flores de almendros por la zona de Aigües. El día ya frío (9ºC a las 11 de la mañana) se ha vuelto más incómodo por el viento que, además de obligarnos a abrocharnos el anorak, ha movido constantemente las flores y las ramas, dificultando hacer las fotos. El suelo aparecía cubierto de un delicado manto de blancos pétalos de flores de almendro, caídos por el viento. A la llegada, cuatro Conejos de Monte (Oryctolagus cuniculus) han salido corriendo, acompañados de un par de Urracas (Pica pica).

Abeja alimentándose en una flor de almendro

Muchas abejas estaban aprovechándose de las flores, peleando con el viento que las zarandeaba y separaba del alimento. Pero estos laboriosos insectos no han cejado en el empeño y volaban de flor en flor buscando las más jugosas. Fotografiar a las abejas, con el viento racheado e incesante, ha sido tarea casi imposible.

Colirrojo Tizón en un almendro

Un Colirrojo Tizón (Phoenicurus ochruros) ha estado todo el tiempo merodeando cerca de mi. Atraído por las abejas, esta pequeña ave insectívora se ha dedicado a atraparlas y comérselas tanto en las ramas como las que caían al suelo. Y esto lo hace de forma curiosa. Atrapa a la abeja y se la come, excepto la parte del aguijón, que tira al suelo. El ejemplar que revoloteaba cerca (tan cerca que en una ocasión ha llegado a darme en el codo con un ala) se ha dejado hacer fotos tranquilamente, sin asustarse. A veces, incluso se ponía tan cerca que no podía enfocar (1,4 m. distancia mínima de enfoque del 70-200mm). Incluso ha usado mi mochila (que había dejado en el suelo) como atalaya para buscar más insectos.
El Colirrojo subido a mi mochila

sábado, 28 de enero de 2012

¿Por qué hago fotos?

Esta es una pregunta que se planteó hace unos meses en la web de Unidos por la fotografía y, realmente, la respuesta es compleja. Muchos dejaron su opinión en el foro y en todas sus respuestas se daban matices que podían formar parte de mi propia respuesta. Probablemente, también les sucediera a todos.

El fauno de La Aguadora

Una especie de gran y simple resumen a mi respuesta sería la misma que dio un gran alpinista, que al ser preguntado porqué subía a las montañas dijo que “porque están ahí”.

Cuando hago fotografías interpreto el mundo por un visor, a veces reproduciéndolo íntegramente, otras creándolo directamente o modelándolo a mi antojo, un universo que siempre es efímero y subjetivo, diferente cada vez. Me permite mostrar una nueva dimensión del mundo, distinta e irrepetible, el mismo universo de mi alrededor que puedo ver a simple vista, pero resaltando su belleza o su aspecto más desagradable, intentando crear un vínculo que supera lo más racional para llegar al alma. O, simplemente, puedo deformarlo hacia un lado u otro de la balanza.

Disputa (III)

Ese momento, ese sentimiento, queda reflejado e inmortalizado, antes en haluros de plata y ahora en bits digitales, de forma que puedo privarlo de su instantaneidad y añadirle longevidad, casi perpetuidad. Sea cual sea el soporte, la imagen ha quedado retenida y puede comprobarse y mostrarse a otras personas, formándose un enlace invisible de sensaciones con quien la contempla. Ese momento mágico en que el fotógrafo “descubre” la foto no siempre se produce ni tampoco siempre esa magia llega a establecerse entre la imagen y el espectador.

Dolmen de Santa Elena

Cuando cojo la cámara no sé nunca si habrá algo que captará mi atención o si volveré a guardarla con la sensación de que esa visión especial no ha llegado a producirse. Otras veces, un tema o un lugar que parecía resultar aburrido me muestra sorpresivamente un aspecto amable y productivo. En eso también reside el encanto de fotografiar, en no tener certezas absolutas y en que puedes esforzarte y disfrutar de aquello que pretendes plasmar y conseguir buenos resultados o decepcionarte. Le podemos añadir el afán por aprender unos buenos métodos fotográficos, estudiar todo aquello que va ser nuestro sujeto, una gran dosis de diversión, imaginación y amigos, mucho trabajo antes, durante y después de la toma y tendremos una afición que se transforma en forma de vida.

Hacer fotos me permite ver otras cosas, sucesos y objetos que están ahí pero que sólo la sensibilidad y la imaginación pueden determinar y descubrir. La experiencia y la preparación hacen que sea capaz (o que lo intente, más bien) de atrapar esa imagen que he sabido ver.

 Cabo de las Huertas

Mi cámara hace la foto pero yo quiero mostrar el alma de la imagen que veo.


Bufff... como se me ocurra continuar con el blog... lo que me faltaba