Pasa el tiempo. Pasa desde que
has leído la primera palabra, pasa desde que leíste la última. Deja huella en
lo físico y en la memoria. Graba su paso con recuerdos y deja sus marcas. En
todo. Desde nosotros a las más duras piedras. Y entre las últimas, hace unos días
encontré estas en una de nuestras montañas.
Fisuradas, agrietadas,
conglomeradas con tierra en la que valientemente nacen algunas plantas o asoman
las raíces de los pinos. Sobre las rocas que una vez se liberaron del resto
nacen otras plantas sobreviviendo de forma heroica en un sustrato pobre y casi
inexistente.
Dejan sus marcas la lluvia, el
viento, el frío, el calor, la nieve, el hielo... Crean una a una las arrugas de
esta tierra vieja. Abren las heridas y muestran la resistencia de la roca que
hace frente al tiempo, en una batalla antigua y que no acaba en tiempos humanos,
en la que el mineral se sabe perdedor pero con la victoria oculta en la
estrategia de convertirse en tierra y polvo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario