El
sueño de la razón produce monstruos
(título de un grabado de Francisco de Goya
de 1799)
Hoy,
6 de agosto nos hemos despertado mirando al cielo. A muchos millones de
kilómetros de nuestro planeta, sobre la superficie de Marte, se posaba la sonda
“Curiosity” después de ocho minutos de vértigo en los que debía decelerar de 20.000
km/h a 0. Un prodigio de la ciencia, resultado de muchos trabajos científicos y
de ingeniería, destinados a buscar respuesta a la pregunta de ¿estamos solos en
el universo?, es decir, a buscar vida (microbiana, todo lo más) en ese planeta
o tratar de encontrar indicios de que alguna vez la hubo. Saber si hay más vida
en otros planetas sería la noticia más importante de la civilización. Dejaríamos
de mirarnos como el ombligo del universo, tocados por un dedo celestial, y elegidos
para ser el único mundo vivo.
Recreación del Curiosity analizando suelo marciano (NASA)
Otro
6 de Agosto, pero de hace 67 años, casi a la misma hora, también había gente
que miraba al cielo en Hiroshima. Hubo un destello cientos de veces más
brillante que el Sol y luego, en palabras de los supervivientes, el aire ardió.
El bombardero estadounidense Enola Gay
había dejado caer una bomba atómica sobre el centro de la ciudad (sin destacado valor estratégico), dejando instantáneamente decenas de miles de muertos,
que aumentarían trágicamente en los años siguientes hasta llegar a los 200.000.
El cielo acogió a aquel siniestro hongo mortal. Tres días después, volvería a
ocurrir lo mismo en Nagasaki.
Hongo nuclear sobre Nagasaki (USAF)
La
misma ciencia que busca vida en Marte, acabó con la que había en Hiroshima.
Esa
vez la razón, que estaba soñando, produjo monstruos.
Imágenes libres de derechos.
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