Esto sí lo sabemos: la tierra
no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la tierra. El hombre no
ha tejido la red de la vida: es sólo una hebra de ella. Todo lo que haga a la red
se lo hará a sí mismo. Lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de
la tierra. Lo sabemos. Todas las cosas están relacionadas como la sangre que
une a una familia.
Jefe indio Seattle, 1854.
Es agridulce celebrar estos
días. Por un lado siempre es bueno que se recuerde el medio ambiente pero, por
otro, muy pocas veces tenemos buenas noticias que dar.
Estamos en una carrera cuya
meta es desconocida pero sí sabemos que en ella está la supervivencia. Corremos
pero no tenemos ni idea de hacia dónde. Solo sabemos que corremos. Ni siquiera
sabemos el porqué. Y quizás estemos yendo hacia un precipicio cegados por
nuestro propio bienestar.
La ciencia nos avisa: estamos
entrando en la sexta extinción y nadie sabe hasta dónde llegará ni a qué
especies alcanzará. El ser humano ha adquirido la capacidad de trasformar el
planeta. Y lo está haciendo, consumiendo sus recursos. Y, además, no lo hacen
todos los humanos, solo aquellos llamados “desarrollados”.
Y esa transformación puede
tener un punto de no retorno, una gota que colme el vaso, esa mariposa que no
aletee y no forme las lluvias en el trópico, ese trozo de hielo que altere las
corrientes cálidas oceánicas, esa especie desaparecida sin que ni siquiera
hayamos tenido tiempo de ponerle nombre…
No es que no nos quede medio ambiente,
es que no nos queda ni dónde, ni cuándo, ni cómo, ni de qué vivir.
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