Hoy hay que ajustarse al
tiempo disponible y lo aprovecho para hacer una de las visitas del SACRE en la cuadrícula
que ya llevo unos cuantos años cubriendo para ese programa de seguimiento de
aves.
La mañana ofrece cielos
despejados (excepto una lejana línea de nubes en el mar, casi sobre el horizonte)
y la temperatura no para de subir hasta llegar a los 24ºC.
Voy realizando el transecto y
anotando las especies de aves y el número de ejemplares que veo o escucho. Hay
también varios conejos y observo un lagarto ocelado soleándose en un camino
asfalto poco transitado. Los insectos están muy activos y pasan delante de mí,
entre sonoros zumbidos o lanzan coloridos destellos desde las flores donde se
alimentan.
Esas flores también inundan el
paisaje con multitud de colores, probablemente ayudadas por las recientes
lluvias que parecen haber sido una especie de balón de oxígeno para una
vegetación reseca. La cantidad de precipitación sigue estando por debajo
(mucho) de la media así que, aunque algo se ha reducido, la sequía continúa
siendo grave.
Me alegra ver un águila
perdicera que casi sobrevuela la vertical del pueblo y a un par de mochuelos
que parecen echar una tempranera siesta desde sendas ramas de algarrobos. Como mucho, abren un poco sus redondos ojos amarillos, miran unos segundos y siguen dormitando, tras esta breve comprobación de que todo sigue igual que unos minutos antes.
Alcaudón común acechando.
Los
vencejos giran en el cielo entre chillidos y, más abajo, las dos especies de golondrinas
se ven envueltas en un ir y venir constante, buscando comida las más tempraneras y barro las que ya van con prisas.
En una pequeña charca, las ranas andan tomando el sol junto a la orilla del agua. Parece una escena sacada en alguna de nuestras playas, con los bañistas tomando el sol y otros dándose un chapuzón.
Cada primavera, el arco iris
se convierte en un ave: el abejaruco. Sus sonidos llegan desde lo alto del
cielo y cuesta mucho llegar a verlos en el infinito azul pero, a veces, se
apiadan del ornitólogo y se dejan contemplar posados sobre un cable o en un
vuelo cercano. Toda la paleta de colores en el plumaje de un ave para inundar
la retina de matices y tonos.
Abejaruco común.
Tórtola turca.
También la llamativa oropéndola canta su oriol e incluso se deja ver de forma fugaz pero con ese intenso colo amarillo que la hace inconfundible y le da su nombre de metal precioso.
En algunas de las paradas no
ve ni escucho nada. No hay aves. Recuerdo el libro “Primavera silenciosa” pero,
afortunadamente, no pasa mucho tiempo hasta que un verdecillo inunda el aire
con su trino, el pito real lanza su agudo relincho desde algún lugar de la espesura o los vencejos dan una chillona pasada cercana y acaban con ese
pesado silencio y la inquietante inmovilidad del paisaje, recordando que cada
primavera tenemos la oportunidad de que el ciclo de la vida continúe otro año
más.
Que así sea.
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