Mientras levanta la tormenta,
los truenos del cielo dan paso a la berrea de los ciervos en el valle.
Semiocultos en la vegetación,
una cierva y su cervatillo se alejan poco de nosotros, sin dejar de mirarnos.
El paisaje, envuelto en un
difuminadora niebla, huele a petricor, espliego y tomillo.
Resuena el bramido en la
noche, mientras el chotacabras vuela en una visión fugaz.
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