Ayer, sábado 20, nuevo paseo
por el parque inundable La Marjal, recién reabierto después de unos días en los
que se cerró para su mantenimiento.
En los árboles se dejan ver
muchas aves, o quizás, son ellas las que me miran a mí. Algunas prefieren una
rama no muy alta para volver al suelo a buscar comida en cuanto yo pase de
largo. Así lo hacen petirrojos y colirrojos, atentos para regresar a la
caza de insectos.
Otras especies eligen ramas
más altas desde donde pueden controlar una mayor superficie de terreno. Los estorninos son unos de los utilizan las
copas de los árboles. Incluso los jilgueros
aprovechan para contemplar el parque desde las alturas.
Y los que no se pierden probar ninguna atalaya son los cernícalos vulgares. Ni tampoco pierden detalle de todo lo que se mueve.
Otras que prefieren los sitios
altos son las tarabillas comunes.
Ramas, postes, rocas… todo vale mientras esté en alto. No por algo en
valenciano se les conoce como cagaestaques.
Tampoco dejan sin uso las farolas
las urracas y las tórtolas turcas y las palomas torcaces, aunque estas últimas
también usan las catenarias del Tram.
Destacan los verdecillos con su canto y con su vuelo
que recuerda al de los murciélagos, pero son sobre todo los machos, con su
intenso color amarillo, los que destacan como faros entre los claroscuros de la
vegetación. Los picos manchados de semillas y brotes delatan que están en plena
merienda.
En esos mismos lugares también se vuelven más intensos los colores del jilguero, esos mismos por los que se les ha perseguido para enjaularlos y ofrecer, junto a su canto, una deformada y torticera idea del amor a los animales.
Hoy tengo mucha suerte y de todas las aves que observo, hay dos que llevan anillas que les hemos puesto dentro del proyecto de anillamiento científico de aves que Jana y yo llevamos realizando en el parque desde 2018 con la colaboración de Aguas de Alicante y la Concejalía de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Alicante. Son un petirrojo y un verdecillo macho. Les hago una buena colección de fotos y, finalmente, sabemos que numeración es la que tienen. Jana instantáneamente los localiza en la base de datos. El verdecillo fue anillado el 18 de junio de 2020 (edad EURING 4).
El petirrojo lo fue el 5 de enero de este año (edad EURING 6). Da alegría volver a saber de estas aves que durante unos pocos instantes estuvieron en nuestras manos.
Petirrojo con la anilla que podemos identificar.
Ruidosos, los gorriones comunes van de un sitio a
otro, casi nunca solos. Les da igual dónde, con tal de encontrar comida. No por
comunes ni por frecuentes dejan de ser unas aves muy bonitas. E inteligentes.
También desconfiadas pero es lo menos que pueden ser después de vivir solo en
lugares humanizados desde el Paleolítico.
La abubilla, con su aspecto de ave tropical, no deja de picotear en el
suelo y de comer pequeños invertebrados. Localiza su comida, la saca con el curvado
pico y la lanza al aire para atraparla y comérsela. Cuando vuelan, parecen
enormes mariposas.
Las lavanderas blancas andan, con su característico sube y baja de la
cola, en busca de alimento. Sus “primas”, las lavanderas cascadeñas, prefieren más las orillas del estanque, aunque
no hay dificultad alguna en intercambiar los lugares entre ambas.
Y cuando ya salía de La Marjal:
aparece la primera golondrina común del
año. Un ejemplar pasa en vuelo en un cielo de nuevo lleno de polvo sahariano.
Quizás la pequeña ave ha llegado con esa bolsa de fino material en suspensión
del norte de África. Puede que hayan hecho el viaje a la vez.
Poco después, una vez en casa vuelvo a ver otra golondrina común, que va en un pequeño grupo de 6 aviones roqueros. Desde el paso de la borrasca Filomena no había vuelto a verlos y eso me alegra casi más que la llegada de la golondrina.
O sin el casi.
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