UNA GOLONDRINA NO HACE VERANO
Eso dice el refrán, pero lo cierto es que ya comienzan a
llegar a nuestras tierras las primeras golondrinas. Hoy he visto la primera del
año. En España tenemos dos especies de golondrinas: la Golondrina Común
(Hirundo rustica) y la Golondrina Dáurica (Cecropis daurica).
Pesan en sus pequeños cuerpos (algo menos de 20 g , que para entendernos es
menos de lo que pesan 3 monedas de un euro) los cuatro, cinco o seis mil
kilómetros recorridos desde aquellas lejanas tierras sudsaharianas donde han
pasado el invierno. No es un viaje fácil. Tienen que superar serios problemas
(tormentas, depredadores, cazadores, accidentes, etc.) para volver a nuestras
latitudes, siguiendo un ”plan de vuelo” escrito genéticamente y orientándose de
forma tan precisa que llegarán exactamente al mismo lugar al que lo hicieron
años antes ¿o es que ya no recordáis a Bécquer?
Pronto, al ritmo del aumento de las horas de sol, sin apenas
haberse repuesto del viaje, pasando su particular “jetlag” sin analgésicos,
comenzarán a preparar los nidos en forma de taza, hechos con pequeñas bolitas
de barro y su propia saliva. Elegirán casas rurales abandonadas, corrales,
cuadras... En esos nidos, pegados al techo o a una viga, sacarán a adelante a
sus polluelos. Atentas a los primeros indicios del fin del verano, comenzarán a
agruparse para un día aprovechar los vientos y salir de nuevo en busca de esos
lugares de invernada de los que llegaron hace unos meses.
Algunos días, cuando el otoño empieza a mostrar su especial luz,
las puedo ver cómo van pasando, con invariable rumbo sur, en bandos más o menos
dispersos, con mayor o menor intensidad. Sus ahorquilladas colas delatan sus
edades: las más largas corresponden a las adultas, las más cortas a las nacidas
esa temporada. A veces, son unas pocas las que aparecen en el cielo, otras hay
tantas que no puedo llegar a contarlas. En Septiembre de 2006, en menos de 40 minutos, conté cerca de 800 golondrinas comunes en paso y sólo por un sector de aproximadamente una
cuarta parte del cielo.
Otro año más, sus acharoladas alas sumarán muchos
kilómetros. En ese periodo de tiempo, algunas llegarán a los 20.000 km , la mitad de la
circunferencia de nuestro planeta, sólo en los desplazamientos migratorios,
porque si le sumamos los que hacen una vez en los destinos de verano e invierno
la cifra asciende a 300.000 km… la misma distancia que nos separa de la Luna. Y a la siguiente
primavera, vuelta a empezar con el fin de perpetuarse. Habrán visto desde
arriba las sabanas y las costas africanas, habrán sobrevolado el ardiente
Sahara y llegarán a la península Ibérica tras cruzar el Estrecho de Gibraltar,
uno de los cuellos de botella de las rutas migratorias entre Europa y África
(ya veis que no sólo para las pateras) y donde ese movimiento de aves alcanza
cotas de auténtico espectáculo natural que atrae a ornitólogos de todo el
mundo.
Una parte de las miles de golondrinas comunes que pasan
Gibraltar decidirá quedarse en la vieja piel de toro y otra seguirá hacia el
norte y aprovechará los collados de los Pirineos para seguir buscando su hogar
estival. Y luego, la misma ruta a la inversa, año tras año, generación tras
generación.
La pregunta que me hago es siempre la misma ¿cuántas podrán
llegar? ¿cuántas podrán regresar? Pero lo que más me sorprende es como un
animal tan pequeño es capaz de realizar semejante esfuerzo, con una precisión
total en encontrar la ruta y los puntos de destino. Y, si hago un poco de
memoria, encuentro que aún hay otras especies de aves con menor peso que
realizan migraciones similares o mayores.
Un maravilloso fenómeno que ocurre fielmente dos veces cada
año. Y, sí, una golondrina es cierto que no hace verano pero, al igual que
detrás de ella vienen varios millones más, la época estival, pase lo que pase,
está cada vez más cerca.
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