Si nos paramos un momento a
pensar, puede que nos demos cuenta que todo aquello que de verdad nos llena el
alma no es material, sino todo lo contrario, es etéreo, no está en ningún lugar
concreto y a la vez puede estar en cualquier sitio. Permanece en el instante,
se conserva en la nostalgia del pasado o tiene el guiño cómplice de la esperanza del futuro. No podemos retenerlo,
dura ese preciso y precioso momento en que podemos alcanzarlo o, más bien,
fugazmente rozarlo.
Pero, ¿dónde encontramos la felicidad, la verdadera felicidad, la que nos
recorre el cuerpo como una regeneradora y vital corriente de energía?
Para hallarla ni siquiera es necesario irse lejos, ni tener peso en los bolsillos y, a cambio, nos permite llenar los años de
vida, en lugar de llenar la vida de años.
Ese sentimiento nos hace
sentir que estamos vivos y sé que está detrás del brillo de una sonrisa, en el
alegre cascabel de una voz amiga, en el suave calor de la piel, en un rato sin
prisas que se alarga, en el descanso del espíritu cuando contempla un paisaje, en
el amor (o el cariño, o la amistad, o como queramos llamarlo: es lo mismo con difusas
intensidades), en una sencilla y divertida complicidad, en la música de la
poesía y en la poesía de la música, cuando nos sumergirnos en los silencios de
los grandes espacios, en el brillo multicolor de las plumas de un pájaro (¡cómo
no!), en cumplir el permanente objetivo de buscar la belleza, en disfrutar
de lo simple y natural, en el susurro del viento entre las hojas, en inundarnos
con el olor del pino y con el del mar o con el de la tierra húmeda, en el asombro
ante un cielo rebosante de inalcanzables estrellas…
Y eso es lo que realmente me llena.
Encantador y certero como siempre.
ResponderEliminarMuchas gracias, amigo. Las palabras sinceras también hacen sentirse vivo.
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