miércoles, 7 de marzo de 2012

Microrrelatos SER


Hoy os dejo con una serie de algunos de los microrrelatos con lo que participé en el concurso de la cadena SER (sin éxito, claro) el año pasado. Para este concurso hay que escribir no más de 100 palabras y el texto debe comenzar con la última frase del microrrelato que ganó en la semana anterior, que es la que aparece como título.


Hasta que decidimos colgarla de la pared no respiramos.

Hasta que decidimos colgarla de la pared no respiramos. Nadie imaginaba que el reto de Pablito de esconderla armaría tanto lío. A Don Manuel le cayeron las gafas cuando vio que faltaba la fotografía. Luego llegaron al patio varios coches con unos policías muy serios y se llenó el colegio de señores de gris. A Liberto se lo llevaron porque el director decía que sus padres eran rojos. A mi me parecían sólo un poco morenos. Colgamos otra vez la foto del señor con uniforme. “Está boca abajo” pensé. Bah, no importa, en casa de Liberto también la ponen así.


Hace ya tiempo que aquí nadie cree en los milagros

Hace ya tiempo que aquí nadie cree en los milagros. La gente sólo cree en lo que tiene hoy. Mañana es un plazo de tiempo muy largo cuando no hay esperanza. Son tantos años de fuego y plomo, tanta desolación... Demasiadas banderas y todavía más dioses que sólo trajeron oscuridad, miedo y muerte a esta tierra olvidada. Recojo un trozo de pan polvoriento que me entrega un soldado extranjero. Él me mira y por unos instantes me regala una sonrisa. Piensa que ha hecho el milagro de hoy: otra mujer afgana podrá llegar a mañana... siempre que ocurra un milagro.


La mujer de la fotografía sonreía.

La mujer de la fotografía sonreía. Era una sonrisa dulce y cómplice que guardaba un secreto. Parecía no importarle estar tan escondida en la cartera de papá. Mamá y él nunca se sonreían, sólo cuando venían algunos amigos o si se cruzaban con los vecinos. Yo los miraba de reojo, mientras jugaba sobre la alfombra. Realmente, ni se hablaban. Una tarde, mamá me mandó llevar una carpeta olvidada a la oficina de papá. Aunque estaba cerca de casa, nunca había estado allí. Llamé al timbre y la secretaria me abrió, con una sonrisa dulce y cómplice que guardaba un secreto.


La mujer de la fotografía sonreía (II)

La mujer de la fotografía sonreía. Era una sonrisa estudiada y medida, como la pose de su cuerpo. Ella se veía ante el patio de butacas aplaudiéndole puesto en pie. Los flashes le hacían parpadear y se cubría delicadamente los ojos con una mano. En cambio, en la otra, notaba unos incómodos tirones que no comprendía. La ovación aumentaba y el público pedía más. Se arrancó con su pieza favorita. Irritada, escuchó una voz triste: “mamá, ya no eres una diva famosa, no cantes y vayámonos del vertedero. Ese señor no para de hacernos fotos y aquí no hay comida”.


No dije que lo sabía.

No dije que lo sabía. “Te ha caído un papel”, insiste. No contesto. Sólo recibo gritos furiosos con el puño amenazador en alto. Para él, no soy nada, no merezco ni su mirada, así que no advierte mi sonrisa cuando vuelvo la cabeza y veo, bajo la cama, asomar el asa de la maleta. Me insulta otra vez, pero ya mi mente se niega a escucharle. Guardo en el batín aquel papel caído al suelo y acaricio ese trocito de celulosa, protegido y oculto en el cálido bolsillo. Es mi liberación, en forma de billete para un vuelo de madrugada.


 Foto nocturna de almendros en una estepa cerealista castellana. B/N digital.

No hay comentarios:

Publicar un comentario